1927 -
El escultural cuerpo de Mary Ann Payton todavía caliente se
balanceaba desnudo colgado con aquel pedazo de sábana de seda que le había
servido de horca. La policía de Ketchikan seguía interrogando una y otra vez
con las mismas preguntas al primerizo jovencito de apenas 17 años que había
pasado la noche con ella.
Mary Ann Payton, - Madame du Payton como todos en Ketchikan la
llamaban - se había convertido en una tema casi mundial entre marineros y
pescadores que surcaban el Pacífico.
Al despuntar de cada mayo, cuando la primavera se hacía presente
en aquel pueblito de Alaska y hasta finales de septiembre, desfilaban por
aquellos callejones de Creek Street centenares de hombres que llegaban desde
los lugares más remotos del planeta atraídos por las historias que corrían de
boca en boca, y de bar en bar, desde baja California hasta Juneau y desde Tokio
hasta Yakarta, sobre las maravillosas atenciones de aquella prostituta de
leyenda.
Entre aquellos meses y cada año las reglas de Madame du Payton
eran estrictas, solo atendía tres clientes por día, cuatro horas con cada uno,
dos horas de descanso entre cada turno, tres dólares por cliente. Los
parroquianos tomaban sus turnos anotándose en un sucio cuaderno en el bar
japonés que estaba al principio de la calle y a veces debían esperar hasta seis
días para poder cruzar el umbral de la puerta de Mary Ann.
Tenía unos enormes ojos castaños, una cabellera ondulada del color
de la caoba y un cuerpo tan perfecto y fuerte como un cedro. Pero la forma como
mimaba a sus clientes del principio al
fin de la "consulta" era lo que convertía su casa en el lugar
obligado de peregrinación de todos los que compraban amor por unas horas.
Jason Chapman, el jovenzuelo de San Francisco a quién le había
tocado el último turno de aquella noche fatídica seguía respondiendo preguntas
a la policía que no terminaba de entender como Mary Ann había roto su
"protocolo de servicio" extendiendo su jornada durante toda la noche
para atender aquel primerizo inexperto que había sido su último cliente.
Jason había contado con los más mínimos detalles todas las caricias
y mimos que Mary Ann había hecho sobre su cuerpo y la policía morbosa,
solicitaba una y otra vez que describiera todo de nuevo para disfrutar de
aquella historia de "amor" que parecía extraída de un manual de sexo
de la India.
En aquella noche sin oscuridad del solsticio boreal de 1927, la escultural
mujer ahora muerta, parecía escuchar en cómplice silencio aquel interminable y
monótono interrogatorio mientras se balanceaba suavemente como un péndulo sobre
su propio eje.
Al final de siete horas de preguntas, se llevaron a Jason esposado,
tras un rápido juicio sin mas testigos
que el informe de la policía, purgó una condena hasta su muerte en una glacial cárcel de Juneau, a los diez años de su prisión y hastiado por los
interrogatorios de sus compañeros de infortunio comenzó a cambiar su versión de
los hechos, dejaba embelesados a todos los inquilinos de la cárcel con su
historia de cómo había colgado a Mary Ann porque quería que el jovenzuelo le
hiciera el amor por séptima vez en una sola noche.
Nadie nunca supo jamás que Madame du Payton, aquella infame
prostituta de Ketchikan que era la envidia de todas las "damas de compañía"
de la costa oeste se había suicidado después de desvivirse en atenciones con
aquel primerizo cuando a las cinco de la mañana mientras este dormía, descubrió
la misma mancha de nacimiento en su nalga derecha de aquel hijo que había
dejado abandonado en un basurero de San Francisco diecisiete años atrás.
30 de mayo del 2014