viernes, 31 de agosto de 2018

El veterano de los "boeprines"



Cada viernes se paseaba como un barco sin rumbo dando tumbos de bar en bar por “La Zona” con la misma camisa de cuadros, el sombrero de panamá, los pantalones “pachuco” y bañado de aquel dulce aroma de Vetiver que usaba para disimular el tufo.

El veterano de los boeprines me decían”, con esa frase que parecía ser su tarjeta de presentación rompía el hielo con cualquier solitario parroquiano que encontrara sentado en la barra de turno. En efecto lo había sido, no quedó un burdel de moda, una casa de cita o una prostituta conocida de los años ’70 que no hubiese sido suya.

Un caluroso domingo de verano había ganado el premio mayor de la lotería y sin pensarlo dos veces derrochó en un año hasta el último centavo entregándose a la bebida y los cueros. Como un reloj suizo se levantaba a las once, desayunaba en el antiguo comedor chino frente al parque Independencia, cruzaba a la barra Paco por la primera cerveza del día y empezaba su ruta de prostíbulos que se extendía hasta entrada la madrugada.

Había echado a un lado trabajo, mujer, hijos y amigos para entregarse de lleno a los placeres del sexo y la “buena vida”; hoy, casi medio siglo después, con la puesta del sol de cada tarde y en el ocaso de sus días, Marino cuenta con un entusiasmo de adolescente como si fuese un episodio de esta mañana, las historias de aquellos pubis peludos donde se sumergía cada noche en su burdel de turno.