Día y noche caminan sin dirección determinada por nuestras avenidas centenares de indigentes, inmigrantes ilegales haitianos que se mezclan en la miseria con dominicanos y dominicanas.
Familias enteras viven en la calle o deambulan por ellas en busca de una limosna. Muchas cosas tienen en común además de su suerte desgraciada. Una siempre sale a flote, es una enorme sonrisa de oreja a oreja cuando apuntas con la cámara. Es la alegría natural del caribeño que parecería llevar el azúcar por dentro desde los tiempos del trapiche.
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