“Pájaras de la noche”, así las describió Gabriel García Márquez en sus conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza cuando este último tomaba notas para su libro “El olor de la guayaba”.
Prácticamente todos los del género masculino en una u otra ocasion recurrimos a sus “servicios” aunque fuera para “perder la virginidad” .
“Gabo” definitivamente las describe como nadie y las entiende como nadie, solo basta pasear por sus novelas donde aparecen una y otra vez. Pero es en “La increíble y triste historia de la Cándida Eréndida y su abuela desalmada” y en “Memorias de mis putas tristes” donde los que hemos tenido la oportunidad de escudriñar entre sus líneas podemos ver una realidad que muchos todavía no entienden. Y es que aquellas desgraciadas (en el término estricto de la palabra) que ejercen el oficio más antigo del mundo, son el producto del abuso y la explotación infantil, al menos, la inmensa mayoría de ellas.
Como retratero, he visto impotente una y otra vez en la mirada de niñas y adolescentes las marcas de horas interminables de llanto. Ojeras y arrugas bajo sus ojos que parecen los de una anciana y que demuestran la ausencia de inocencia. La inocencia arrancada de raíz violentamente por quienes han abusado de ellas.
Mi respeto y mi dolor por aquellas mujeres trastornadas e incomprendidas que ejercen la prostitución abiertamente en nuestras calles.
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