miércoles, 23 de mayo de 2012

Los últimos días de Martha - Episodio II

Tenía los labios cuarteados y los dientes tan amarillos que parecían el reflejo de un atardecer de cuaresma. El abuso del cigarrillo le habían opacado el pelo, enrojecido las pupilas y en las yemas de sus dedos los surcos de sus huellas dactilares parecían una mala copia del laberinto del Fauno.

No solo el terrible vicio de fumar había hecho estragos en el otrora lozano rostro de Martha. La pobreza, la falta de sueño, la "culebrilla" que le cortaba en dos la piel cada verano y los polvos sin sentido de Manuel cada madrugada que laceraban su sexo la habían convertido en un desecho humano.

 La mañana que amaneció sin pestañas y con el pelo chamuscado saboreaba el café de una forma inusual, recordaba las estridentes risotadas con Arancha, recordaba aquella sucia cartulina rosa donde ambas orinaron como locas cómplices de travesuras sin fin apenas con cinco años.

El viento del este que venía cargado de olor a muerte desde el matadero de chivos de los Abreu, le recordaba sus cabalgatas vespertinas de adolescente por los bateyes de La Romana acompañada de "Tio Andrés".

Había escuchado tantas veces la historia de Arancha de la semana que ambas nacieron que ya no sabía si la había inventado ella misma. El mismo mes de mayo, la misma clínica, el mismo médico que había asistido a las dos madres, una que había parido con dolor, la otra que por la posición fetal de la niña había tenido que ser intervenida con una cesárea de emergencia.

Había escuchado tantas veces la historia de aquella niñita de color que su propia madre reclamaba sin siquiera conocerla que a veces despreciaba su propio color de piel.
Había escuchado tantas y tantas veces el nombre de Arancha en el colegio que antes de que coincidieran en el mismo curso ya la odiaba y la amaba.

Había escuchado tantas veces los rezos del rosario de aquel novenario inconcluso que los recitaba sin pensarlo alzando su propia voz como si fuera una de las "lloronas" contratada por su tía Milagros en el velatorio de Midalma.

De  pronto, mientras inhalaba aquel humo de cigarrillo negro recordaba el día que comenzó a orinar de pies, y recordó la pitonisa, y de nuevo cayó en cuenta que el final estaba cerca. Y apagó el cigarrillo y rezó en silencio el Padre Nuestro como lo rezan los condenados a la horca. Y en sueños despierta escucho a la bruja, y comenzó a escribir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario